Sé tú mismo/a, es el peor consejo que le podemos dar a alguien

Pongamos que un alumno le pregunta a su profesor qué tiene que hacer para aprobar la asignatura dado que, ya la ha suspendido tres veces. Pues el profesor, no le dirá que sea él mismo, en todo caso, le dirá, que sea igual que los demás, que ellos sí que estudian y se esfuerzan en aprobar. Muchas veces, ser uno mismo es el camino directo al fracaso, porque sin tener la preparación mental o académica en cuestión, es inviable mejorar o conseguir los objetivos personales. Por lo tanto, cuando nos dicen, sé tú mismo/a, sin tener en cuenta nuestras capacidades, lo que realmente quieren decir es, búscate la vida y deja de molestar.

Porque ser uno mismo, significa conocer nuestras capacidades, saber hasta dónde podemos llegar y paralelamente, también aceptar nuestros defectos para así, poder mejorarlos. Si queremos ser policías o militares, pero, tenemos pánico a las armas, o a la sangre, primero tendremos que trabajar esta incapacidad, si no, será imposible superar las pruebas de acceso. Igual que si queremos conquistar a la persona amada, pero somos tímidos, primero tendremos que trabajar en nosotros mismos, porque no hacerlo es igual que fracasar. Cada vez que queramos acercarnos a ella, nuestro cerebro se verá inundado de pensamientos negativos y, por lo tanto, abandonaremos el intento.

Con lo cual, antes de hacer nada, tenemos que ser realistas con aquello que queremos conseguir y después, prepararnos para intentar lograrlo. Igualmente, tampoco está de más ser alguien diferente y comportarnos según pensamos que lo haría esta persona a la cual queremos asemejarnos. Esto es justo lo que hacen los adolescentes mientras averiguan cómo es su personalidad, van cambiando de maneras de vestir y comportarse, hasta encontrar la adecuada. Por lo tanto, la respuesta más idónea a dar cuando nos preguntan cómo comportarse, sería con otra pregunta: – ¿qué estás haciendo para conseguir tu objetivo? – y a partir de aquí, la persona se cuestionará dónde está fallando.

Por: Omar el Bachiri

Psicólogo clínico y escritor