El insomnio, un trastorno del sueño

El insomnio, un trastorno del sueño

Sep 10, 2022 0 Por Omar El Bachiri

Es un hecho que nuestro comportamiento es el resultado de la interacción entre neurotransmisores y hormonas y casualmente, la falta de sueño tiene una relación directa con esta interacción. La melatonina, la leptina y la grelina son la base de este artículo. La melatonina es la hormona del sueño y regula el ciclo sueño-vigilia, por lo tanto, permite el sueño reparador y con él que se consiga una mente relajada y con plenas capacidades para afrontar la jornada del día siguiente. Ahora, el consumo de alcohol y  tabaco perjudican drásticamente su segregación y por el contrario, el deporte aunque no colabore directamente con su segregación, cansa al organismo y por consiguiente facilita conciliar mejor el sueño. A su vez algunos alimentos que influyen en su segregación son el arroz, la avena, las nueces, los plátanos, los tomates y el maíz. Por su parte, la leptina y la grelina son las hormonas del hambre y la saciedad y la falta de sueño reparador altera su generación dando como resultado el aumento de grasa porque el consumo de calorías está descontrolado.

Resumiéndolo sería, la falta de sueño además de irritarnos, también provoca que aumentemos la ingesta de alimentos grasos y azucarados provocando obesidad. Luego, entramos en un bucle, como estamos cansados no hacemos suficiente ejercicio físico y esto acompañado de una mala alimentación se traduce en malhumor, apatía y en más cantidad de grasa corporal. Esto último no tiene por qué traducirse en un aumento de peso, pero si del deterioro físico. Con esto quiero decir que el sueño es tan importante como la alimentación, si no dormimos nos morimos y paralelamente, si no tenemos un sueño reparador es como estar desnutridos, no tenemos energía y lo reflejamos con el malestar. La falta de sueño influye en todos los aspectos de nuestra vida, altera el estado anímico y este condiciona el resto del organismo, incluyendo la alimentación y por ende, también las interacciones sociales con los demás.

Dicho de otro modo, la combinación entre una mala alimentación y la falta de ejercicio físico intenso es un precursor de los trastornos del sueño. Por otro lado, cuando la situación se hace insostenible, la mayoría de gente acude a los somníferos y está bien, es una buena elección pero siempre y cuando sea de forma temporal y que además no supere los 21 días consecutivos porque causan adicción y es más, son una de las drogas más adictivas del mercado. Recurrir a ellos tiene que ser simultáneo a la búsqueda del motivo del insomnio, qué lo está provocando: – ¿la ansiedad, depresión, miedos, angustias, o quizás una mala alimentación? – Se trata de solucionar el problema, no de taparlo que es justo la función de esta droga, dejar al paciente anestesiado, inconsciente, amnésico, en definitiva, dormido.

También conviene subrayar que existen varios trastornos del sueño, entre ellos la apnea, las pesadillas, los terrores nocturnos, etc. y aunque todos tienen en común la falta de sueño reparador, los motivos de aparición son diferentes y por eso mismo hay que acudir al médico para descartar cualquier problema objetivo antes de indagar en la mente. Retomando el insomnio, es necesario aclarar que tiene tres síntomas diferentes: la incapacidad de conciliar el sueño, la de mantenerlo y la de su precoz despertar.

El primer síntoma es cuando la persona se acuesta para dormir y no puede, empieza a dar vueltas en la cama porque aún teniendo sueño le es imposible hacerlo. Su mente es invadida por pensamientos intrusivos y es incapaz de deshacerse de ellos. A su vez, la incapacidad de mantener el sueño es cuando la persona se despierta varias veces durante el mismo, dificultando dormir sus horas programadas. Por su parte, el despertar precoz es la reducción de las horas de sueño de forma involuntaria, la persona se despierta antes de lo previsto y es incapaz de volver a dormirse, así sean las 3 de la mañana y su idea era despertarse a las 8h00. Al mismo tiempo hay que decir que estos síntomas empiezan sobre los 6 meses de vida pues ya se observan en les bebés y esto nos afirma que la en la mayoría de veces son adquiridos, ya que en cuanto sus padres los arropan entre sus brazos se duermen. Es su forma de volverse a dormir pero lamentablemente, en los adultos no funciona igual. De ahí la importancia de acudir primero al médico porque a este diagnóstico se llega por descarte, se van eliminando posibles causas hasta dar con la buena.

Por otra parte, hay que diferenciar entre su duración, si es corto o prolongado en el tiempo, es decir, si es agudo o crónico. El primero no supera los 30 días y suele ser causado por una experiencia traumática o estresante y nos deja descolocados temporalmente, (la muerte de algún ser querido, una separación sentimental, la pérdida del empleo, etc.) Son situaciones incontrolables y nuestra mente está intentando adaptarse a ellas y en cuanto lo hace, desaparecen. Por su parte, el crónico siempre y cuando no sea un problema médico, la mayoría de veces es por nuestra forma de interpretar las situaciones y el valor emocional que les asignamos. Ahora, nuestro estilo de vida también es un factor condicionante, si es saludable, perjudicial, activo, pasivo, ansioso, depresivo, etc. A su vez, también influye el consumo de alcohol, tabaco, drogas ilegales y cualquier adicción que podamos tener.

Son comportamientos que perjudican la higiene del sueño y pueden volver crónica la situación si se hace de forma prolongada, si se vuelven costumbres como por ejemplo, ver la televisión hasta tarde, interactuar en las redes sociales, navegar en internet, darle demasiadas vueltas a los problemas,  etc. Es decir, irse a dormir demasiado tarde reduce las horas de sueño y paralelamente, perjudica el trabajo del cerebro porque una de sus funciones es aprovechar el descanso que proporciona el sueño para asimilar y organizar toda la información recibida durante el día. Busca su coherencia y al mismo tiempo decide qué información guardar y cual borrar porque la considera irrelevante para la supervivencia.

Por: Omar el Bachiri

Psicólogo clínico y escritor