¿El juego de azar es una adicción, un placer o una fuente de ingresos?

¿El juego de azar es una adicción, un placer o una fuente de ingresos?

Ene 15, 2024 0 Por Omar El Bachiri

– ¿El estado cuando promociona sus juegos de azar lo hace para volvernos adictos, para que nos distraigamos y disfrutemos del momento o para que ganemos cierta libertad económica? – Es decir, – ¿el juego de azar es una adicción, un placer o una fuente de dinero?- La lotería, los rasca y gana, el bingo o el casino, según se interpreten pueden ser las tres cosas simultáneamente. Jugar para pasar el rato y si nos toca el gordo, podamos incluso dejar de trabajar o por lo menos, liquidar los préstamos bancarios o comprar un lugar donde vivir. Así mismo, también podemos refugiarnos en ellos, ser adictos al juego (ludopatía), pasar las horas en las salas de juego y dejarnos el salario mensual. Por lo tanto, estamos hablando de perfiles psicológicos y motivaciones diferentes en cuanto al motivo de jugarse el dinero. Todos somos conscientes del esfuerzo físico o mental que conlleva tener que trabajar cada día solo para sobrevivir: pagar el alquiler, los impuestos, alimentarse y vestirse. Es un gasto mensual fijo (gasto pasivo), solo levantarnos de la cama ya sabemos que le tenemos que dedicar un mínimo de horas mensuales.

Entonces, según la motivación de la persona, jugará para pasar el rato y si toca, bienvenido sea el dinero; también jugará porque es adicta y no lo puede evitar, las ganas de jugar superan su capacidad de control; y en el tercer supuesto, lo hará buscando una fuente de ingresos paralela a su trabajo, quiere varias para así poder reducir las horas dedicadas al gasto pasivo. Por lo tanto, viendo la motivación de cada una, se puede deducir que su perfil también será diferente. De entrada, jugar solo por el placer de hacerlo es el comportamiento más habitual, mucha gente juega de vez en cuando a la lotería, quiniela, primitiva, bonoloto, etc. Va a tomar algo al bar y aprovecha para comprar un décimo o un rasca y gana, y así se distrae mientras socializa con el resto de clientes. Sabe de sobras que no acertará, pero mantiene la ilusión y además, tampoco se gasta tanto dinero como para ser un problema personal. Igualmente, también hay quien solo juega en determinadas ocasiones, como por ejemplo en Navidad, que por un coste aproximado a los 20 € puede ganar 400.000 €. A continuación, tenemos la persona adicta al juego, ella juega de manera impulsiva, no puede controlar sus compulsiones y, por lo tanto, su objetivo principal ya no es jugar para ganar, sino, para calmarse porque ha perdido el placer al juego.

Hay que matizar que ninguna adicción es placentera, es un comportamiento enfocado solo a conseguir realizar la conducta en cuestión o consumir la sustancia deseada para recuperar la homeostasis cerebral y volver a la calma anterior. Así pues, conviene resaltar que el adicto al juego, aunque tenga la suerte de ganar, volverá a gastarse el dinero y por mucho que gane, siempre regresa a casa con los bolsillos vacíos y en muchas ocasiones, incluso con deudas. Acaba entrando en una espiral sin salida: juega, pierde y vuelve a jugar con la esperanza de recuperar el dinero perdido. A base de repetir la secuencia, adquiere dos falacias que condicionan su comportamiento: la del jugador y la de la ilusión del control. Las falacias son razonamientos erróneos, pero entendidos como válidos, incluso son ilógicos, pero aun así, la persona los usa para defender su decisión.

Así pues, la falacia del jugador nos dice que la persona cree que los sucesos aleatorios anteriores pueden influenciar en los siguientes, los interpreta como lineales. Cree que si ha tirado el dado tres veces y en todas ha salido el número seis, presupone que si lo vuelve a tirar, la probabilidad de volver a salir el mismo número es superior a cualquier otra. Igualmente con la lotería, si un número ha sido premiado en alguna ocasión, se piensa que no lo volverá a ser y por ende, no se compra, cuando realmente las probabilidades de que toque son las mismas. Ahora, a la inversa sucede igual, se piensa que porque un número nunca ha salido o que lo ha hecho pocas veces, tiene mayores probabilidades de salir en la próxima jugada. Por eso, cuando el jugador cree que está de racha, piensa que las probabilidades de perder son menores que en las anteriores ocasiones y, por lo tanto, no deja de jugar. Está siguiendo un patrón conductual basado en la asociación de sus pensamientos y sensaciones con los resultados favorables que surgen, cuando realmente no tienen nada a ver en la ecuación. Se está guiando por la segunda falacia, la de la ilusión del control y esta se define como tener la seguridad de influenciar el resultado gracias a nuestras destrezas. Este mismo jugador, cuando compra un décimo de lotería o juega a la primitiva, cree que tiene más probabilidades de acertar si escoge él mismo la numeración.

En definitiva, que en el azar no hay estrategias acertadas, dado que, no existe el control porque cada jugada aleatoria es independiente a la anterior. Solo existe la suerte porque por mucho que compremos décimos de lotería o cartones en el bingo, no tenemos el premio asegurado. Después y en último término, está el jugador que saca más provecho económico al juego, el que lo utiliza como una fuente de ingresos. Su perfil psicológico es totalmente diferente porque no busca ni pasar el rato, ni tiene la necesidad irrefrenable de jugar. Su objetivo es conseguir una cantidad de dinero en concreto y cuando lo hace, deja de jugar. Ha trabajado en su inteligencia emocional y paralelamente, también ha potenciado la financiera. Es consciente que no siempre obtendrá el dinero deseado y que, incluso, puede perder lo que ha invertido porque es como lo interpreta, como una inversión a largo plazo, sabe exactamente qué quiere hacer con él y cómo gastarlo. Contrariamente a cómo hacen los otros dos perfiles psicológicos, el adicto es incapaz de pensar más allá del presente y el otro, como solo juega con la ilusión, no ha invertido tiempo en formarse financieramente y, por lo tanto, no sabe invertir el dinero. Una parte la reparte entre familiares y amigos y la otra, la dilapida en objetos innecesarios, solo para ostentar poder.

Por: Omar el Bachiri

Psicólogo clínico y escritor