El síndrome del nido vacío y los padres tóxicos

El síndrome del nido vacío y los padres tóxicos

Oct 8, 2022 0 Por Omar El Bachiri

Este síndrome aparece cuando los padres o uno de ellos se encuentra desamparado porque se siente fuera de lugar, ha perdido el rol familiar. Un rol que ha englobado más conceptos que el de simple progenitor, se ha invertido todo el tiempo personal en el cuidado de los hijos, no importa si son varios o sólo uno, el resultado es el mismo, el sentimiento de vacío interior. El concepto de pareja sentimental ha sido desbancado por el de padres, el matrimonio ha estado basado en la unidad familiar pero enfocado íntegramente en los hijos, en vez de hacerlo de manera equitativa y dedicarse también tiempo para ellos mismos, en su relación sentimental. Ahora, los hijos abandonan el hogar para ir a estudiar fuera o para independizarse y se encuentran que hay demasiadas horas sin rellenar, no saben qué hacer con ellas y todavía peor, en muchas ocasiones la pareja cae en la melancolía porque ninguno de los dos miembros sabe disfrutar de la compañía del otro.

Han perdido el hábito de hablar sobre ellos mismos porque todos los temas de discusión giraban en torno a los hijos: qué hacer para comer, ir a las reuniones de padres/madres, qué universidad escoger, donde ir de vacaciones, lavar su ropa, ordenar su habitación, etc. Seguramente que antes del nacimiento de los hijos eran una pareja con aficiones similares o por lo menos, compartían momentos de ocio juntos, salían a bailar, a pasear, a comer, a viajar, etc. y una vez ha nacido el primer hijo lo han dejado todo de lado, en algunas ocasiones lo han hecho ambos progenitores y en otras, solo uno de ellos. Es decir, se abandonan como seres humanos y se centran sólo en su rol de padre/madre, eliminando por completo cualquier otro y consecuentemente, también otras formes de obtener placer y sentirse valorados y/o identificados socialmente. Por eso mismo hay que vigilar y no perder de vista el rumbo de la felicidad porque esta no puede delegarse en nadie más que no sea un mismo. Especificando esta última frase, cuando digo un mismo, además de hablar de la persona también lo estoy haciendo de la relación de pareja ya que los hijos se hacen adultos y tarde o temprano abandonan el hogar pero la pareja es de por vida, a no ser claro, que haya una ruptura sentimental.

Pero salvo esta circunstancia, es en la pareja donde hay que invertir más tiempo, en su refuerzo porque los hijos hay que interpretarlos como un valor añadido, no como el principal porque son seres independientes y como tal, tienen su libertad de decisión. Una vez cumplan los 18 años pueden decidir qué hacer con su vida, si quedarse en casa o irse y no pueden condicionar esta decisión en el estado anímico generado a los padres. Sería injusto para ellos mismos y estaríamos hablando de la manipulación sentimental por parte de los progenitores que desgraciadamente, es bastante común, instaurar la culpabilidad por así cortar las alas a los hijos. Se les intoxica con la culpa, con el sentimiento más autodestructivo que existe y al mismo tiempo el que más condiciona el movimiento. Este puede motivarnos a actuar a favor nuestro o por el contrario en detrimento, para favorecer la situación emocional de alguien más, en este caso el de los padres.

Con lo cual, podemos adquirir comportamientos, aprender oficios o hacer estudios para nuestro bien o por el contrario, hacerlo por los padres, para que estén orgullosos de nosotros y aquí es donde está la relación directa entre el síndrome del nido vacío y los padres tóxicos. El miedo al malestar, al abandono de los hijos hace que muchos padres los condicionen a realizar estudios universitarios cerca de casa o que aprendan el oficio familiar y así asegurarse de que nunca abandonen el pueblo o ciudad, su zona de confort. No son capaces de ampliarla y cualquier cambio que pueda haber les genera una incerteza profunda que se acaba traduciendo en angustia y ansiedad. Entonces, para evitar esta situación, centran la educación del menor en la baja autoestima y en su dependencia emocional, que no sepa interactuar socialmente sin su aprobación. Hay que remarcar que para conseguir este estado de sumisión tenemos que potenciar ciertas virtudes y despreciar otras, evidentemente, siempre será a nuestro favor, según nos interese marcar una ruta o un otra. El objetivo es que el hijo quiera impresionar a los padres, ya sea siendo buen estudiante, ciudadano o no discutiendo nunca con ellos. Que centre su bienestar en el de los padres, si ellos están orgullos de sus resultados, él también lo estará aunque esto le comporte renunciar a sus placeres o deseos personales.

Para poner un ejemplo: tenemos el niño que se quiere tirar por el tobogán y está constantemente buscando la atención de los padres para que lo miren y hasta que no lo hacen, no se tira. Está buscando su aprobación conductual, aunque sea con una sonrisa. Definitivamente, esta manera de educar, además de reflejar los miedos de los progenitores también está mostrando su forma de gestionarlos. Son personas que se avanzan a las situaciones y dan por hecho que las no las soportarán y todavía menos que las superarán pero paralelamente, también las interpretan como estáticas. Es decir, que si actualmente tener un oficio o una carrera universitaria en concreto es una fuente de trabajo ventajosa, también lo será en el futuro. No se adaptan a los avances sociales, se quedan estancados en sus creencias y maneras de interpretar la realidad y desgraciadamente, las quieren transmitir a sus hijos.

Quieren que se comporten como lo han hecho ellos o hubieran querido hacer, les dicen: “estudia esto, aprende este oficio, hipotécate 30 años en un piso, endéudate con este coche, ve siempre de vacaciones al mismo lugar, etc.”. Cómo he dicho antes, están estancados en su visión de la realidad, una visión basada en buscar la seguridad del bienestar, cuando esta es subjetiva y va relacionada directamente con nuestra forma de interpretar la realidad. No son conscientes que la sociedad está cambiante a un ritmo frenético y que los oficios y carreras universitarias lo están haciendo al mismo ritmo.

Por: Omar el Bachiri

Psicólogo clínico y escritor