Fentanilo, la droga que crea zombies

El fentanilo es un medicamento de la familia de los opiáceos igual que la morfina y la heroína, sólo que es hasta 100 veces superior a la primera y unas 50 veces a la segunda. Por lo tanto, si la morfina es un potente analgésico inhibidor del dolor que provoca sedación, somnolencia y en pequeñas dosis, euforia y relajación, se sobreentiende el nombre de zombie porque el resultado es alguien sonámbulo y sin control sobre su organismo. Igualmente sucede con la heroína, si es una droga altamente adictiva y autodestructiva, también se puede deducir que el consumo de fentalino es altamente tóxico y generador de dependencia. Ahora, hay que diferenciar entre el médico y el ilícito, el que se compra de manera ilegal, el creado en laboratorios clandestinos.

El primero es un consumo justificado por un profesional de la salud dado que, es recetado para el dolor crónico. La persona no soporta el dolor y junto con alguna terapia en concreto va mitigando la situación hasta que llega un punto donde se reduce su consumo. El problema sin embargo, ocurre cuando no hay buen control médico y el paciente se vuelve adicto al medicamento, dificultando así su reducción, se ha acostumbrado a él y es incapaz de funcionar sin consumirlo regularmente. Por su parte, el ilegal es diferente porque a pesar de ser fentalino, su creación no es idéntica.

A parte de esto también es utilizado como aditivo en otras drogas, potenciando así sus efectos y por lo tanto, muchas veces su consumo es involuntario, es decir, se puede encontrar en la cocaína y las anfetaminas, entre otras más. Son los riesgos de las drogas ilegales, que el consumidor no conoce realmente el contenido de la mercancía, no sabe con qué la han cortado (mezclado). Igual que lo hacen con pesticidas, gasolina, tiza, también lo hacen con fentalino, dando lugar así a la sobredosis porque la carga química es superior a la habitual. También, para explicar su bajo coste es interesante saber que con un kilo de fantalino se pueden fabricar hasta un millón de pastillas.

Por: Omar el Bachiri

Psicólogo clínico y escritor