La rebelión de los hijos parásitos

La rebelión de los hijos parásitos

Nov 29, 2023 0 Por Omar El Bachiri

Antes de nada, explicar que ser un parásito significa vivir a costa de alguien más. Se le succiona una parte de su energía y en el caso concreto de los padres, estaríamos hablando de vivir de sus bienes materiales. Por lo tanto, el hijo parásito es alguien que vive sin obligaciones familiares, ni sociales porque cualquier coste económico es facturado a los padres. Por parte de las obligaciones familiares, vienen a ser la colaboración en el hogar (limpiar y cocinar) y por parte de las sociales, estamos hablando de cualquier gasto económico no obligatorio. Como ejemplo serían el acceso a internet, la cuota del gimnasio, el carnet de conducir, el teléfono móvil, etc. Cualquier objeto que él interprete como necesario para vivir con comodidad y/o sin preocupaciones. Hasta aquí se podría decir que es un comportamiento aceptado por la mayoría de los padres dado que, actualmente muchos hijos son educados de esta manera, acumulando derechos sin tener que cumplir ninguna obligación. Ahora, el problema surge cuando el adolescente llega a la mayoría de edad y no quiere estudiar, ni trabajar, quiere ser un ni-ni.

Un adulto con un repertorio conductual guiado por el egoísmo y la desobediencia con una personalidad inmadura dado que, se ha quedado estancado en la adolescencia. No ha madurado porque en parte, no ha tenido la oportunidad de hacerlo dado que, los padres lo han tratado como un niño pequeño durante toda la vida. No ha habido diferencia alguna entre los 3 y los 18 años, lo han sobreprotegido y le han facilitado la vida tanto como han podido, no sea que el pobre se traumatice por no conseguir todo aquello que desea. Desgraciadamente, han hecho de él un parásito y como tal, en vez de sumar, resta porque sólo hace que menguar la economía familiar. Los padres tienen que trabajar para cubrir sus necesidades y en muchas ocasiones, tienen que hacer más horas de las habituales, retrasar la edad de jubilación o incluso, continuar trabajando después de haberlo hecho. Nos podemos encontrar gente de 68 años trabajando porque tienen que mantener a su hijo de 40, un adulto que no quiere afrontar sus obligaciones sociales.

Quiere vivir igual que en la infancia, que los padres le resuelvan los problemas, le hagan la cama y le den dinero para sus caprichos. Pero es que igualmente, es un reflejo de la sociedad actual dado que, se está infantilizando. Hay muchos adultos que invierten su tiempo en video juegos, dejando de lado las amistades, familia e incluso la propia pareja sentimental añorando las sensaciones placenteras de la infancia, cuando jugaban todo el día. Del mismo modo vemos el lenguaje utilizado en los anuncios de cualquier producto, está enfocado a tratarnos como niños porque así pensaremos y actuaremos igual que ellos, guiándonos por las emociones en vez de hacerlo por el raciocinio. Nos aseguran que la mercancía ofrecida nos hará felices dando por hecho que no lo somos y que es un premio a nuestro esfuerzo laboral. Que nos lo merecemos porque es la recompensa a nuestro trabajo y que no tener el dinero suficiente no es ninguna excusa dado que, podemos pagarla en cómodas cuotas. En definitiva, que no tenemos excusas para rechazar la ocasión de disfrutar de una experiencia milagrosa.

Pero retomando la temática, el problema surge cuando el hijo parásito reclama sus derechos y los padres no quieren o no pueden ceder porque las circunstancias económicas han cambiado. El ingreso de dinero se ha visto reducido y por lo tanto, no lo pueden dedicar a sus gastos pero él no lo entiende o mejor dicho, no lo quiere aceptar y es capaz de robarles e incluso de agredirles si no cedan a sus deseos. Actúa igual que un hijo tirano, cree que es el centre de atención y que se lo merece todo por el simple hecho de ser el hijo pero es que lamentablemente, es como ha crecido. Viendo a sus padres como una fuente económica inagotable, una fuente donde siempre hay dinero y soluciones a sus problemas y por desgracia, no ha podido reforzar su resiliencia y por ende, tampoco ha podido adquirir herramientas cognitivas para afrontar las situaciones conflictivas. Desconoce el significado de la palabra no y todavía menos, las emociones y sensaciones que van con ella. Un malestar generalizado que puede traducirse en el sentimiento de impotencia conductual pero que a pesar de ser desagradable, es necesario para aprender y así buscar soluciones a las situaciones no deseadas o perjudiciales.

Una experiencia que cuanto antes la vivamos menos dolor nos causará porque tendremos gente a nuestro alrededor que nos ayudará a solucionarla. Nos dirá qué hacer o por lo menos, cómo pensar para no sufrir tanto y paralelamente, aprenderemos nuevas maneras de razonar e inevitablemente, reforzaremos nuestra resiliencia y con ella, nuestra independencia emocional. No dependeremos de nuestros padres para disfrutar de la vida y además, también aprenderemos a resolver los problemas nosotros mismos porque entenderemos que equivocarse es un paso necesario para evolucionar y por consiguiente, no tendremos miedo de emprender ninguna acción.

Así pues, si no queremos hijos parásitos hay que educarlos con la cultura del esfuerzo y la meritocracia aunque esta última sólo sea a nivel familiar dado que, socialmente no siempre se respeta. Los hijos tienen que aprender a solucionar sus problemas por ellos mismos, dialogando y actuando en consecuencia con los resultados obtenidos. Son seres que aun siendo menores de edad, cuando lleguen a los 18 años tendrán que buscarse la vida y si mentalmente no están preparados, lo pasarán mal. Por eso mismo durante la infancia han de aprender a cocinar, limpiar y hacer la compra, sino, tienen muchos números de volverse parásitos porque el miedo a buscarse la vida y equivocarse los paralizará y por desgracia, querrán recurrir a la energía de los padres.

Por: Omar el Bachiri

Psicólogo clínico y escritor