Meritocracia y amiguismo

Meritocracia y amiguismo

Jun 19, 2022 0 Por Omar El Bachiri

Los dos conceptos pueden ir de la mano porque no son incompatibles. Alguien puede ser competente profesionalmente y al mismo tiempo tener amigos en el poder, dando como resultado un beneficio a la hora de acceder a un puesto en concreto de la jerarquía laboral o social. La persona puede ser familiar o amigo del responsable de turno y conseguir el puesto de trabajo antes que cualquier otra con las mismas aptitudes. Estoy hablando de los favores personales, que nada tienen que ver con la meritocracia porque esta segunda se basa en tres pilares, el esfuerzo, el talento y la suerte. Dicho de otra forma, esta palabra nos está diciendo que si queremos algo y nos preparamos para ello, podemos llegar a conseguirlo. Eso sí, no se debe confundir con la charlatanería que dice: – ¡Si quieres, puedes! – Si fuera tan sencillo, todos seríamos millonarios y nadie trabajaría por un salario, tendríamos nuestra propia fuente de ingresos. Ahora, los tres factores son igual de importantes en la triada, tanto el esfuerzo, como el talento y la suerte.

Sólo que en el amiguismo el factor suerte ya viene incorporado en el bagaje del candidato. Es una variable independiente controlada que no representa ningún peligro para aspirar al puesto. Viene a ser igual que si pudiéramos predecir el tiempo, siempre iríamos vestidos para la ocasión, no tendríamos ni frío, ni calor y menos aún, enfermaríamos por los cambios climáticos. Ahora, volviendo a la meritocracia, es la interacción entre los tres conceptos la que decide el resultado final, esto se traduce en estar preparado académica y/o profesionalmente, tener el talente necesario y estar en el lugar y momento adecuado. Si bien es cierto que todos salimos de la misma línea de salida, también lo es que el equipaje de cada uno es diferente, no es lo mismo sacarse una carrera universitaria alternando la jornada con un empleo que teniendo todo el tiempo para uno mismo, como tampoco lo es la zona residencial de cada uno. Hay quien le dedica dos diarias al transporte para llegar a la universidad y hay quien vive a escasos metros de ella, pero a lo que voy es que no importa tanto la salida, sino, la meta.

Por suerte esta función forma parte del esfuerzo, se encarga de no perder la motivación pues entiende que tiene que jugar con las fichas que le han tocado, de poco sirve lamentarse. Es conocedor de que por mucho talento que tengamos, si no lo trabajamos y exprimimos, tarde o temprano nos quedaremos cortos. Llega un punto donde el talento por sí solo no es suficiente y requiere de la suerte y esta se consigue con el esfuerzo. Las oportunidades se crean y para eso hay que moverse, interactuar socialmente, mostrarse a los demás, que vean que existimos y que tenemos unas aptitudes que quizás les interese contratar, es decir, hay que hacer marketing de uno mismo. En muchas ocasiones, el producto más demandado no es el mejor del mercado, sino, el que mejor campaña publicitaria ha difundido. Esto también es un mérito, saber venderse y destacar entre la multitud.

Resumiendo esto último sería: la situación de partida no depende de nosotros, no decidimos dónde nacer, en qué familia hacerlo, ni a qué clase social pertenecer pero sin embargo, sí decidimos qué hacer con este equipaje. La vida es un camino, es como una carrera de fondo, con lo cual, no depende tanto de la velocidad de salida, sino, de la capacidad pulmonar para llegar hasta el final. Indudablemente que el punto de partida es importante pero no llega a ser determinante. Gracias a la actitud, hay gente que interpreta los obstáculos como retos y los afronta exactamente de la misma manera. Es decir, se cuestiona cómo puede conseguir sus objetivos personales con los conocimientos y aptitudes que posee y a partir de ahí traza su camino. Para esta persona lo más importante es llegar, el cómo lo hará es secundario, se pone una fecha límite y se prepara para ello. Esta última frase está reflejando la palabra meritocracia, nos dice que la persona se merece lo que tiene porque se ha esforzado en conseguirlo.

Eso sí, en el contexto personal porque en cuanto entran en juego terceras personas la cuestión ya es totalmente diferente ya que son ellos quienes deciden el valor asignado al mérito. Por ejemplo, en el trabajo, en ocasiones se premia más el amiguismo o ser familia de tal antes que las capacidades profesionales. Esto viene siendo el enchufe, se le asigna un cargo sin más, saltándose toda la jerarquía empresarial, sólo por ser quien es. En este caso es una meritocracia basada en el poder, en la capacidad de mover hilos y no tanto en el esfuerzo de superación personal y como tal, no se aprende nada, es más, la mente se vuelve estúpida porque deja de haber motivación. La persona sabe que chasqueando los dedos consigue lo que quiere, entonces no tiene la necesidad de aprender y en consecuencia, de mejorar.

Entendido esto, hay que añadir el síndrome del impostor, aparece cuando la persona  merecedora del puesto cree que no se lo merece. Está convencida que lo ha logrado por la suerte o por su amistad con la dirección. Es muy curioso porque como estarás viendo se entrecruzan los conceptos, esta persona aún siendo válida para el puesto, considera que le viene grande y es debido a su poca auto-confianza. Teme decepcionar a los demás y seguramente lo logre porque desde el primer día va a autosabotear su trabajo, primero empezará por su vocabulario interior, luego se autoexigirá más de lo que puede soportar y para acabar, dimitirá por la vergüenza a ser despedida. Tendrá un vocabulario repetitivo de menosprecio: «soy incapaz, incompetente e impostora, no merezco el puesto». Por su parte, en el amiguismo el vocabulario es bastante diferente, viene siendo: ¡Si quieres, puedes!, gracias a mis padres, mi familia, mis amigos, la fama, etc. la vida me sonríe. ¡Nada es imposible!

Por: Omar el Bachiri

Psicólogo clínico y escritor